Una mujer está sentada en una banca, con la mirada perdida en el infinito, 
con sus manos temblorosas abre su bolso, busca un frasco con pastillas, toma 
una, cierra el frasco, de nuevo la mirada perdida en la distancia
Pasa otro momento, abre de nuevo su bolso, con sus temblorosas manos saca 
un cigarro, lo pone entre sus flacos dedos. Toma un encendedor para prenderlo, 
maniobrando para poder empalmar la flama con la punta del cigarro, cuando lo 
consigue, le da una fuerte fumada, guarda el encendedor en su bolso, de nuevo la 
mirada perdida.
Pasa un tiempo, el cigarro ya lo ha terminado, abre su bolso, toma otra 
pastilla, lo cierra, de nuevo la vista perdida.
Así pasa toda la tarde, una vida sin sentido para una anciana enferma, 
encerrada en una clínica para adicciones. Una mujer consumida por las drogas que 
consumía, viviendo el ocaso de su vida, sin recuerdos presentes ni pasados. Es 
solo una sombra viviente, que acaba de cumplir treinta años.

 
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