La vi, me vio, fue una sola mirada en la parada del colectivo. Le Sonreí,
me sonrió, dos claras señales en el mismo instante.
Me quedo con palabras mudas ante su imponente belleza, ambos somos obreros,
lo confirmo por la vestimenta. No hay barreras sociales, solo mis prejuicios
personales; prejuicios fincados por experiencias amargas, de desencantos
constantes en amores breves, siempre buscando princesas en carnes de
burdeles.
Pero ahora que la veo, sé que es el momento, que es algo diferente. Busco
una buena excusa para acercarme, para hablarle, para intercambiar pareceres;
ahora que vamos en la tercera mirada.
Se acerca un bus, no es mi ruta. Me preparo para acercarme, me acerco sin
prisas. No quiero verme urgido cuando llegue con ella. Ya estoy a unos pasos,
pero justo cuando estoy a punto de hablarle, se da la vuelta para subirse al
colectivo.
Me quedo parado, viendo cómo sube las breves escaleras, para ser engullida
por ese camión. Mientras el San Pedro, pasado de peso, que está sentado tras el
volante del desvalijado carruaje, se me queda viendo, mientras cierra sin
reparo, las puertas del cielo eterno.
Mudo, sin moverme, veo como se aleja mi fugaz ilusión. Sueños que se
desvanecen con el humo del desvencijado camión. ¡Me hubiera subido, le hubiera
hablado! Como siempre, cuando ya es demasiado tarde, tenemos la solución.
De haber sabido que ante la gloria me iba a quedar callado, nunca por la
mañana me hubiera levantado.
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