A punto de salir de otro día laboral, nada distinto, la rutina como siempre
presente, con su mala costumbre de alargar los minutos, donde los segundos se
dan su tiempo, sin prisa, con aparentes pausas entre uno y otro,
imperceptiblemente notorios, todos testigos de como el caprichoso tiempo nos
demuestra quien es el que manda.
Ya el día pierde su tono, las dilatadas sombras van ganando su lugar en la
tarde, se abren camino, llenan las calles, el sol agonizante lanza sus últimos
rayos, las tonalidades cambian, los colores en grises se pierden, para algunos
el día se extingue, para otros el día apenas empieza.
Camiones llenos de gente que regresa a sus hogares, jornaleros con los
rostros abatidos, adormecidos, fatigados, balanceándose, arrullándose en un
mismo ritmo, ritmo que los tiene danzando como en una misma tonada, tonada que
todos imperceptiblemente bailan.
Automovilistas mal encarados librando épicas batallas en campos de asfalto,
donde las carretas y caballos motorizados son usados como armas contra sus
iguales, todo por ganar el paso, todo por llegar primero.
Los transeúntes, cual serenos toreros dando sus mejores faenas, buscan
llegar a la acera de enfrente, toreando a feroces bestias que despiadadamente
los embisten, una tras otra, una empujando a la otra, todos controlados por un
juez de plaza que con sus colores verde amarillo y rojo da inicio a las nuevas
corridas que minuto a minuto se generan...
Todo empieza en minutos, el caos en segundos, siempre el mismo final...
Para toda jornada laboral.
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