Es el día deseado para dormir hasta tarde, dejar las preocupaciones,
compartir con la familia, olvidarse del trabajo, estar en la cama, desayunar sin
prisas. El día hecho por el Dios eterno para descansar.
El día perfecto para que tu vecino se ponga a reparar los desperfectos de
su hogar y a todos, temprano, de nuevo, como en toda la semana, amaneciendo,
puntual, con su escándalo simulando un gran despertador... Nos haga
madrugar.
Es el día en que tu pareja se le ocurre sacar la lista de todos los
pendientes, de todo lo que falta, de todo lo que no funciona, con una mano
agarrando del collar a un perro con personalidad propia por no haberlo bañado en
meses y con la otra la correa para sacarlo a caminar, parada en la puerta
ocupando todo el espacio del marco, mostrando orgullosa esa extraña maldición
que en este día le hace crecer por lo menos medio metro más de altura y la
tesitura de su voz se vuelve dos tonos más aguda, convirtiéndose en una ogra con
una voz tan chillona, que el propio perro, si tuviera manos, en ese mismo
instante, el mismo se ponía a bañarse.
Es el día en que niños, familiares, visitas, perros, todos están al
pendiente de los programas que tu buscas en la tele, para que cuando encuentres
uno, todos, perfectamente sincronizados, se encarguen de atravesarse, hablarte,
cambiarle, pasarte llamadas de gentes pidiendo cosas, hasta que todos, como lo
han practicado por años, hagan una pausa, precisamente cuando están los
comerciales, para tomar fuerzas, para descansar en su esquina, como boxeadores
recibiendo instrucciones, alistándose, listos a saltar de nuevo a la escena como
un solo ser, cuando inicia de nuevo el programa que intentas ver.
¿Qué es un domingo? El día que te hace extrañar... El poder regresar a
trabajar.
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