Cuelga el teléfono, le acaban de avisar que un buen amigo está agonizando,
ya no le dan esperanza, son de la misma edad, recuerdos de una niñez que ha
quedado muy atrás, vuelven a su mente...
Se sienta en la mesa en donde ha contestado el teléfono, tiene la vista
fija en el teléfono sin estarlo viendo, está perdido en sus recuerdos, las
imágenes vivas de tantas experiencias compartidas le hacen más difícil digerir
la noticia, sería el tercer amigo que perdiera, en caso de que no pudiera salir
adelante de la enfermedad que lo tiene postrado en ese hospital.
Fueron grandes amigos de la infancia, amigos que compartieron muchas cosas,
compañeros en la transición de niño a joven, de joven a adulto.
Ahora recuerda por todo lo que pasaron, pero no recuerda porque simplemente
se distanciaron, por qué permitió el dejar de estar en contacto, reflexionando
amargamente de cuántos amigos ha lamentado su ausencia, lamentando no seguir en
contacto cuando le avisan que están a punto de morir o que ya han fallecido, sin
comprender que realmente desde hace muchos años a esos amigos... Los ha dejado
partir.
Ahora no sabe qué hacer, le han avisado que está tan grave que no recibe
visitas, no le pasan llamadas, emite un profundo suspiro y se levanta de esa
mesa, para seguir con su vida, con su amigo en su mente, lamentando su suerte...
Pero sin tomarse un minuto para llamarle a todos aquellos que aún siguen
presentes.
Los mismos que van a continuar en su olvido, hasta que alguien le llame
para avisarle... Que a otro ser querido ha perdido.
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