Una mujer está esperando al colectivo en la parada de una esquina, tiene el
cabello recogido, viste una playera negra ya descolorida por tantas lavadas, un
pantalón de mezclilla deshilachado por todos lados, esta enfundada en unos
tenis que alguna vez fueron blancos.
Sostiene una cartulina de aproximadamente un metro cuadrado, es un día con
viento, el aire juega con su cabello recogido en una cola de caballo y hace lo
que quiere con la cartulina que va cargando.
Tiene una cara de fastidio por el tiempo que lleva esperando, es la hora
pico, todos los camiones pasan atiborrados de gente, sin el más mínimo interés
de detenerse para recoger a solo una persona.
Por esta parada pasan varias rutas, ella perdió sus lentes la noche
anterior, cuando estaban celebrando la despedida de una compañera, despedida
que se prolongó por horas, con su respectiva embriaga con cerveza.
Ahora sufre una resaca que hace peor la espera, con cada camión que viene se
tiene que atravesar un poco para poder leer de qué ruta es, la falta de lentes.
El sol de frente y la cruda que tiene le hace batallar aún más para poder
enfocar, prácticamente tiene que adivinar que ruta es hasta que tiene casi
encima del camión para poder leer el letrero de identificación.
Un nuevo colectivo va pasando, un par de pasos adelante para tratar de identificarlo,
¡Es su ruta! De nuevo se deshace en señas para la parada, pero la misma,
historia, va lleno de gente y no le interesa subir a solo una persona...
Lleva ya más de una hora bajo el sol, tampoco ha desayunado por lo que ahora
también sufre por el hambre que le está pegando, más la desvelada, más la
resaca, todo se le está juntando.
Ahora está ya sudando a mares, siente como las gotas de sudor recorren su
cuerpo, haciendo peor su espera. La cartulina que lleva cargada esta ya toda
arrugada, lo que ahora menos le importa es ese estúpido pedazo de papel que
tuvo que ir a recoger para poder hacer unos anuncios en su trabajo, ya no le
importa nada, ni la llamada de atención que le puedan dar por lo maltratado del
encargo que le dieron.
No lleva teléfono celular, así que no tiene forma de avisar de la tardanza
ni de entretenerse con algo en lo que está esperando, no le queda otra más que
seguir parada, cocinándose en vida bajo ese sol inclemente, sudando la cerveza que
apenas unas horas antes tan alegre tomaba, sufriendo el dolor de su estómago que
le reclama el no haber comido nada.
Un nuevo camión viene, ella ya está medio mareada. Las pocas horas de sueño,
la cruda y el hambre ya hicieron de las suyas en esa mujer que de por sí ya
vive mal alimentada; ella intenta reconocer que ruta es, avanza unos pasos
hacia la calle para ver mejor el nombre de la ruta. El sol y el sudor que cae
por su frente no ayudan en eso, avanza un par de pasos más, es su ruta y por
fin un camión se detiene...
El chirrido de las llantas de la pesada unidad cargada de gente hace que más
de uno de los viajantes reclame. Es la hora en que todos van de malas, basta
solo alguna excusa para que termine gritando hasta el más calmado.
El chofer abre la puerta, se levanta de su asiento, empujando a todos los
que están atravesados, buscando hacerse camino a la salida del camión. A todos
los que están en medio les grita que se bajen, aventando a todos los que están
a su paso entre gritos de reclamos; bajándose del camión, con una cara de
espanto, mientras ve horrorizado como una mano sosteniendo una arrugada
cartulina, se asoma por debajo del capo, de su desvencijado camión...
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