Una niña lloraba sentada en medio de la nada,
solo árboles y maleza se veía por todo su alrededor, tenía sus manitas tapando
sus ojos mientras su cuerpecito se sacudía con sus profundos lamentos, no se
escuchaba otro ruido, solo el suave ruido de la brisa que mecía las plantas que
lo rodeaban.
Era una niña perdida en un bosque desconocido, vestía
ropa deportiva empolvada y sudada, calzando unos tenis llenos de tierra y lodo,
daba la impresión de haber recorrido muchos kilómetros.
Solo tres de días antes había salido de su casa,
acompañando a su madre. Habían subido a una camioneta y se habían adentrado en
el bosque después de andar unas horas por la carretera, hasta que llegaron a un
camino sin pavimentar en donde anduvieron otro par de horas. El camino terminó
y continuaron a pie, caminando entre veredas que aparentemente conocía muy bien
la mamá. Iban rumbo a una cabaña herencia de sus abuelos, la misma que su mamá
tantas veces había ido de niña, cuando acompañaba a su abuelo de cacería.
La última vez que fue su madre había sido muchos
años antes, cuando andaba de cacería con el papá; en aquella ocasión llevaban
ya muchas horas caminando sin encontrar una presa, cuando vieron a lo lejos un
majestuoso venado; el papa apuntó, pero cuando estaba a punto de disparar, un
rugido los hizo voltear...
Era una gran osa, que al verlos se irguió en sus
patas traseras; estaba a unos ocho metros de donde ellos estaban, a un lado se veía
a un tímido cachorro que se escudaba en las patas de la madre.
El papa, al voltear rápidamente tropezó y cayó al
suelo, soltando el rifle. La osa gruño de nuevo y corrió hacia ellos; el padre
se quedó paralizado por un instante, viendo como el inmenso animal corría hacia
ellos, en una fracción de segundos volteo a ver a su hija, y movido por un
instinto de supervivencia que solo nace de quienes ven en peligro a sus hijos,
tomo un cuchillo que llevaba en la cintura corrió hacia la osa, gritándole a su
hija para que corriera al otro lado.
El encuentro fue fatal, desde el mismo momento en
que la osa los vio; basto solo un zarpazo para arrojar al hombre a un lado, él
le clavó el cuchillo en un costado mientras la osa mordía sus piernas, después
se lo intentó clavar en la inmensa cabeza, pero de nada servía. El duro cráneo
del animal parecía no darse cuenta de las embestidas que hacia el hombre, quien
empezaba a desfallecer con la pérdida de sangre, con la pérdida de la carne que
se iba con cada mordida.
La osa le dio otro zarpazo en la cabeza, rompiéndole
el cuello, terminando la vida del valiente padre en ese instante. El animal se
dispuso a terminar su tarea cuando un poderoso ruido inundo la escena.
La osa cayó a un lado, mientras la niña, tumbada también
en el suelo por el culetazo de la escopeta, seguía las instrucciones que tantas
y tantas veces le dio su padre; cargando de nuevo el arma para acercarse al
animal. Iba temblando, pero no era de miedo, era de la adrenalina que inundaba
su joven cuerpo. Un ruido a un costado la hizo voltear, y sin pensarlo dos
veces, disparo hacia donde lo había escuchado, cayendo de nuevo al suelo por la
fuerza del disparo.
Cuando se levantó, cargando el arma de nuevo, vio
al osezno recostado, era a lo que le había disparado. Le había volado una de
las orejas y parte del cráneo, dejando al descubierto una gran herida en la
parte superior de la cabeza. Se acercó primero para ver si la osa estaba viva
confirmando que estaba muerta. Vio a su padre bajo el animal, comprendiendo que
ya nada podía hacer por él. Después se dirigió al cachorro, quien no se movía;
puso la punta de la escopeta a un costado para moverlo. En ese instante, el
pequeño oso hizo un fuerte gruñido, parándose para salir corriendo, con la
sangre escurriendo y con un colgado de carne en donde solía tener una oreja, a
un costado de la gran herida abierta...
La aprendiz de cazadora lloró a su padre para después
regresar sola por el bosque, hasta llegar a la carretera en donde pidió ayuda.
Fue después de muchos años de terapia y envalentonada por su hija, quien
siempre le pedía que la llevara a esa cabaña que salía en tantas fotografías,
que había decido a ir de nuevo, a ese lugar que tantos recuerdos maravillosos y
traumáticos le traían.
Ahora, después de tantos años, las dos mujeres
iban contentas; la madre por poder superar lo que le había pasado, la hija por
vivir esa aventura con su mama, con quien convivía poco desde que trabajaba
tanto por haberse divorciado de su papa.
La mamá llevaba una mochila de excursión, cargada
de comida, un par de sleeping bag, un cambio de ropa y varios cargadores móviles
para el celular y la Tablet; única condición no negociable, que puso la niña
para acompañar a su madre...
Llegaron a la cabaña, todo estaba igual como la última
vez que la mama la había visitado, las mismas literas de madera, algunos utensilios
en la estufa de leña, muchas telarañas, pasaron un par de horas para que la
pudieran dejar de nuevo habitable.
Esa noche hicieron una fogata, contaron cuentos
inventados por ellas mismas, sin más compañía que las miles de estrellas y la
gran luna iluminando sus vidas, cenaron y vencidas por el cansancio durmieron
muchas horas.
En la mañana la mama encontró a su hija molesta,
no había señal en sus teléfonos celulares, por lo que la hija no podía
actualizar su perfil para mostrarle a sus amigos las fotos de ese maravilloso
lugar, prepararon el desayuno y se alistaron para caminar por el bosque hacia
un lago que estaba a medio kilómetro de ahí.
Iban caminando, abrazadas cuando el camino se los
permitía, a veces caminando una enfrente de la otra, cantando, riendo. La mamá contándole
las mismas historias que tantas veces escucho de su padre; algunas de miedo,
otras fantásticas. Vidas de monstruos, de hadas, de héroes, todas con finales
felices y siempre inesperados.
Llegaron al lago, nadaron un rato, llevaron emparedados
que comieron y compartieron, sentadas al lado del lago, viendo el azul del
cielo reflejado en el agua...
Así pasaron un par de días, hasta que llegó el
momento de regresar a su casa. La hija se había olvidado por completo de las
redes sociales. Se habían compenetrado como nunca lo habían hecho; ahora eran más
que una madre y una hija, eran unas grandes amigas. La mama pudo platicarle del
motivo de su divorcio, sin que el tema fuera ya tan doloroso para su hija. Pudo
aclararle las dudas que tenía, el quitarle el sentimiento con el que vivía, de
que el divorcio era por culpa de ella, porque siempre que la regañaba el papa,
su mama la defendía.
Pudieron hablar de todo, hasta de la muerte del
abuelo, algo que su mamá nunca había podido hablar con nadie que no fuera su
terapeuta, ahora sabia su madre, que por fin lo había superado.
Juntaron sus cosas, cerraron la cabaña y
empezaron el camino de regreso. La mamá cargando una mochila que ya venía vacía,
sin tanta comida. Era temprano, por lo que decidieron hacer el camino de
regreso tomando la ruta larga, pasando a un lado del lago.
Estaban bajando una colina, antes de llegar al
lago, pasaron una barrera de pinos y cuando estaban a punto de llegar, se
quedaron paralizadas.
A la orilla del lago había un enorme oso bebiendo
agua. La mamá jaló a su hija para ponerla junto a si, tapándole la boca con una
mano, susurrándole que no se moviera, que no hablara. Comenzando a desandar sus
pasos, sin dejar de mirar al oso. La mamá sabía que si llegaban a la barrera de
pinos, sin que las viera el oso, podrían alcanzar la cabaña sin problemas.
Iban caminando, despacio, sin hacer ruido; cuando
la niña tropezó, emitiendo un quejido cuando se pegó con una piedra.
La mamá volteó a ver a su hija, después regreso
la mirada al lago, solo para sentir como se le iba la sangre del cuerpo… El oso
ahora las estaba mirando.
Ella se quedó quieta, le dijo a su hija que
hiciera lo mismo. Muchas veces le comentó su padre que cuando eso pasara, que
se encontrara con un oso, nunca corriera. Porque eso quería decir que era una
presa; le había dicho que un oso no atacaba sin provocación, a menos que
tuviera hambre o que sintiera en peligro a sus cachorros.
Ese pensamiento cruzó su mente, cuando un ruido
se escuchó a unos metros del oso; volteó a ver lo que era... Y lo que vio le
hizo temblar las piernas.
Un par de oseznos jugueteaban en la hierba, ella
se dio cuenta que no era un oso, era una osa. Y otro descubrimiento le hizo
sentir aún más miedo; la osa tenía solo una oreja, en el otro lado de la cabeza
tenía una gran cicatriz, que le cruzaba todo el cráneo...
La osa olió el miedo de esos dos intrusos, se paró
en dos patas, gruñendo con todo el poder que le daba su inmenso tamaño.
La niña ya se había levantado; al igual que la
madre no podía separar la vista de la osa. De esa majestuosidad que el animal
les imponía, de tanta salvaje belleza que ahora las amenazaba de esa forma.
La mamá tomo la mano de su hija, empezó a
retroceder nuevamente, muy despacio. Pero ese menor movimiento bastó para provocar
al animal, que sintiéndolas como una amenaza para sus cachorros se lanzó contra
esas intrusas, que había penetrado en su círculo de seguridad.
La madre, al ver a la osa correr hacia ellos, aventó
a su hija, gritándole que corriera.
La niña corrió, la mama busco cómo por instinto
algo con que defenderse, pero ella no era ese viejo cazador que cargaba un
filoso chuchillo, junto con su inseparable escopeta. Solo era una madre citadina
jugando a la exploradora, recordando un tiempo de su vida que había olvidado, y
que ahora recordaba como si el tiempo no hubiera pasado.
La osa se lanzó hacia ellas, la mamá gritó y corrió
hacia otro lado, distinto al que estaba corriendo su hija; esperando que la osa
la siguiera a ella, sabía que era la única oportunidad que tenía su niña...
La pequeña corrió y corrió, solo escuchaba a lo
lejos como su madre le gritaba a la osa para que la siguiera a ella. Corrió
buscando llegar a la cabaña, pero no estaba familiarizada con esas veredas del
bosque, muy pronto estuvo en un campo que no recordaba, que no había visto
ahora que andaba con su madre, siguió corriendo hasta que sus pequeñas piernas
no pudieron más, hasta que no pudo dar un paso más.
Cayó en el suelo, llorando desesperada. Espantada
por estar sola, por no saber de su madre. Por no tener la menor idea de lo que había
sido de ella. Hacía mucho que había dejado de escuchar sus gritos. Ahora solo
estaba ahí, sentada en la hierba, llorando, con un profundo sentimiento, sin tener
más compañía, que los árboles que la rodeaban; sin tener la menor idea de donde
se encontraba.
Escuchó una rama que se rompía, volteando de
inmediato para buscar a su madre... Pero solo se encontró, con que saliendo de
entre los árboles emergía una enorme cabeza de oso a la que le faltaba una
oreja, y que chorreaba sangre de entre sus fauces abiertas.
La osa iba caminando hacia ella, seguida por sus
dos cachorros. Mirando a la niña, como consciente de que ella en realidad no
era una amenaza, cómo pensado solo en cobrar...Una vieja venganza que tenía
pendiente.
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