sábado, 2 de agosto de 2014

El mar de gentes...

Es el centro de esa gran ciudad, es un área en donde todos los rincones están ocupados por grandes edificios empresariales. En una de sus calles va un hombre caminando, va vestido con un impecable y elegante traje gris, tiene cuarenta y cinco años, está divorciado, no tiene hijos. Va sumido en sus pensamientos, es un día nublado que invita a la nostalgia, es el director comercial de una empresa internacional, tiene su futuro asegurado, pero no tiene a nadie con quien compartirlo, ha tenido malas experiencias en sus relaciones anteriores, pero aún tiene la esperanza de poder tener a su propia familia, está consciente que a su edad es complicado tener un bebe, tendría sesenta y cinco años cuando su hijo estaría entrando a la universidad, pero eso no le quita la esperanza de tener  una vida en familia...
 
En una calle perpendicular, viene caminando apurada una guapa mujer, en su mano izquierda lleva un portafolios, en su mano derecha está viendo los correos por su celular, viste un traje sastre, tiene cuarenta y tres años, es madre de dos hijos que están por entrar a la adolescencia, tiene cuatro años que quedo viuda, ya cicatrizaron las heridas que le dejaron el haber perdido a su esposo, ahora es madre y padre de tiempo completo, trabaja en una empresa importadora, la acaban de ascender de puesto y ahora es cuando se da cuenta que le falta tener una pareja, alguien con quien compartir esos logros personales, con quien desahogar los problemas cotidianos, alguien con quien vivir sueños comunes, con quien tener una plática que no tenga nada que ver con caricaturas o problemas de la escuela.
 
Ambos vienen caminando, cada uno por su propia calle, dirigiéndose a la misma esquina, son dos piezas de ese rompecabezas que arma el destino, dos piezas que encajan perfectamente, dos seres que se necesitan mutuamente, dos seres que no saben que el complemento en sus vidas, en realidad existe.
 
El caminar es el mismo en los dos, pasos firmes y concretos, sin perder el tiempo, ambos caminando a sus oficinas, perdidos entre un mar de gentes que avanzan en el mismo sentido…
Los zapatos, impecablemente voleados de él, van un paso tras otros, las zapatillas nuevas de ella, van caminando con la misma prisa, avanzan metro a metro en esa vereda de concreto, van acercándose a la misma esquina, sin saber que la parte que falta en sus vidas, está a solo unos metros de ellos.
 
Los pasos siguen, están cada vez más cerca de tropezarse uno con otro, cada uno concentrado en sus propios pensamientos, el checa su reloj, ella de nuevo ve el teléfono, ya están a solo un metro de llegar a la esquina...
 
Justo cuando llegan, él da vuelta a la derecha y ella a la izquierda, en ese momento los universos coinciden, el tiempo se detiene, han chocado de frente, las miradas se cruzan, el de inmediato se separa, ella levantado su celular con su mano se disculpa, ambos se sonríen por el momento bochornoso, ella siente como se sonroja su cara, el siente como una corriente recorre su cuerpo cuando se pierde en su mirada, solo han pasado unos segundos... Y ninguno de los dos dice más nada.
 
Él reacciona y se hace a un lado, ella sonriendo se lo agradece y pasa a su lado, se dan una última mirada antes de que cada uno retome su camino, volviendo cada uno a sus pensamientos, cada uno caminando de nuevo, retomando sus vidas, sonriendo por el raro momento que acaban de pasar, otra más de esas cosas extrañas que pasan en la vida, una anécdota que a los pocos pasos queda olvidada, van alejándose mutuamente, perdiéndose para siempre… Entre el mar de gentes.
 
 
 
 
 
 
 
 

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