viernes, 1 de mayo de 2015

Un día... Al mediodía.



Una mujer está esperando al colectivo en la parada de una esquina, tiene el cabello recogido, viste una playera negra ya descolorida por tantas lavadas, un pantalón de mezclilla deshilachado por todos lados, esta enfundada en unos tenis que alguna vez fueron blancos.

Sostiene una cartulina de aproximadamente un metro cuadrado, es un día con viento, el aire juega con su cabello recogido en una cola de caballo y hace lo que quiere con la cartulina que va cargando.

Tiene una cara de fastidio por el tiempo que lleva esperando, es la hora pico, todos los camiones pasan atiborrados de gente, sin el más mínimo interés de detenerse para recoger a solo una persona.

Por esta parada pasan varias rutas, ella perdió sus lentes la noche anterior, cuando estaban celebrando la despedida de una compañera, despedida que se prolongó por horas, con su respectiva embriaga con cerveza.

Ahora sufre una resaca que hace peor la espera, con cada camión que viene se tiene que atravesar un poco para poder leer de qué ruta es, la falta de lentes. El sol de frente y la cruda que tiene le hace batallar aún más para poder enfocar, prácticamente tiene que adivinar que ruta es hasta que tiene casi encima del camión para poder leer el letrero de identificación.

Un nuevo colectivo va pasando, un par de pasos adelante para tratar de identificarlo, ¡Es su ruta! De nuevo se deshace en señas para la parada, pero la misma, historia, va lleno de gente y no le interesa subir a solo una persona...

Lleva ya más de una hora bajo el sol, tampoco ha desayunado por lo que ahora también sufre por el hambre que le está pegando, más la desvelada, más la resaca, todo se le está juntando.

Ahora está ya sudando a mares, siente como las gotas de sudor recorren su cuerpo, haciendo peor su espera. La cartulina que lleva cargada esta ya toda arrugada, lo que ahora menos le importa es ese estúpido pedazo de papel que tuvo que ir a recoger para poder hacer unos anuncios en su trabajo, ya no le importa nada, ni la llamada de atención que le puedan dar por lo maltratado del encargo que le dieron.

No lleva teléfono celular, así que no tiene forma de avisar de la tardanza ni de entretenerse con algo en lo que está esperando, no le queda otra más que seguir parada, cocinándose en vida bajo ese sol inclemente, sudando la cerveza que apenas unas horas antes tan alegre tomaba, sufriendo el dolor de su estómago que le reclama el no haber comido nada.

Un nuevo camión viene, ella ya está medio mareada. Las pocas horas de sueño, la cruda y el hambre ya hicieron de las suyas en esa mujer que de por sí ya vive mal alimentada; ella intenta reconocer que ruta es, avanza unos pasos hacia la calle para ver mejor el nombre de la ruta. El sol y el sudor que cae por su frente no ayudan en eso, avanza un par de pasos más, es su ruta y por fin un camión se detiene...

El chirrido de las llantas de la pesada unidad cargada de gente hace que más de uno de los viajantes reclame. Es la hora en que todos van de malas, basta solo alguna excusa para que termine gritando hasta el más calmado.

El chofer abre la puerta, se levanta de su asiento, empujando a todos los que están atravesados, buscando hacerse camino a la salida del camión. A todos los que están en medio les grita que se bajen, aventando a todos los que están a su paso entre gritos de reclamos; bajándose del camión, con una cara de espanto, mientras ve horrorizado como una mano sosteniendo una arrugada cartulina, se asoma por debajo del capo, de su desvencijado camión...






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