jueves, 30 de abril de 2015

Un cuento…

Un hombre maduro está sentado en una vieja mesa de robusta madera, tiene en sus manos una caja con antiguas fotografías, recuerdos congelados de una vida vivida hace muchos años.
Va revisando las fotos, digiriendo recuerdos con bastos tragos de un vaso con tequila que va rellenando continuamente.

Su bautizo, sus primeros pasos, sus cumpleaños. Fotos con sus padres en vacaciones en lugares remotos de los que recuerda solo algunos momentos, momentos que regresan cuando ve las pruebas congeladas de carcajadas que alguna vez vivió, carcajadas en un rostro que desde hace mucho solo luce sombrío.

El oscuro cuarto solo está iluminado por una lámpara que esta erguida en el centro de la mesa, como si fuera un faro que guía sus pensamiento, un faro que ilumina los recuerdos que iluminaron su vida en algún momento, cuando era muy joven, cuando estaba muy chico, cuando era feliz solo por vivir...

Con una mano va pasando de fotografía en fotografía, mientras con la otra no deja de tomar ese brebaje que le sirve como engrasante, para poder tragar recuerdos que habían sido olvidados.

Ya está por terminar cuando toma una de los últimos retratos, donde esta con sus padres que lo tienen abrazado, es la última imagen que tienen juntos, cuando él estaba por cumplir los siete años, repasa todos los detalles mientras da otro gran trago a su tequila.

Deja el retrato en la caja, llena de nuevo su vaso, de nuevo otro gran trago. Ahora toma unos recortes de periódico que están pulcramente doblados en el fondo de la caja, son recortes de viejos periódicos, con el papel amarillento por los años que han pasado, ve los recortes doblados, sin hacer el menor movimiento que refleje alguna intención de leerlos.

Esa caja le había sido entregada unas horas antes, cuando le avisaron que su padre había fallecido. Él no lo había visto desde hace cuarenta y cinco años, cuando su padre fue detenido un día de verano, ese mismo día en que su madre llego más temprano que de costumbre a la casa. Ese día que llegó buscando a su esposo y a su único hijo sin encontrarlos; los buscó en la sala, en el patio, en las recamaras. Hasta que llegó a un cuarto acondicionado como taller que su padre tenía al fondo del jardín, a donde se lo llevaba a jugar cada vez que su mama se iba a trabajar. A jugar un juego del que su papa le tenía prohibido hablar, un juego que no comprendía del todo, un juego del que ya había olvidado del todo. 

Tenía su vista fija en la caja, con la mano sosteniendo el vaso con tequila. De pronto aventó el vaso con furia a la caja de fotografías y recortes de periódicos, tomo la caja y la aventó contra una pared, volando imágenes por todos lados, se puso a patear los retratos tirados en el piso, se puso a romper los recortes del periódico, deshaciendo la evidencia que quedaba de una infancia olvidada. Rompiendo las crónicas policiacas de un abuso infantil que cimbró el pequeño poblado donde vivían, arrojando los pedazos de periódicos por todas partes, para después solo dejarse caer al suelo, llorando como un niño, como nunca lo había hecho. Llorando sin emitir sonido para después gritar con todas su fuerzas; de nuevo el silencio, siempre llorando. Ahora sujetando sus piernas, llorando lo que nunca pudo llorar; ni cuando pudo comprender lo que le había pasado, lo que había sufrido, de cómo había sido abusado por quien más quería.

Ahora ya estaba acostado en el piso, vencido por la adrenalina. Vencido por la botella de tequila que se había terminado. Dormido, en un sueño tan profundo que no tenía nada de reparador, dormido en una casa intestada que al ser el único heredero se la estaban entregando. Su madre había muerto hace ya muchos años, él nunca se casó, nunca pudo pensar en hacer una familia; solo vivía el día a día, sin esperar nada de la vida, sin pedir nada a la vida, sin poderle perdonar nada a esa vida.

Despertó al siguiente día, con una resaca que le reventaba la cabeza, se levantó, se bañó. Se vistió con un cambio que había llevado en una pequeña maleta. 

Recorría de nuevo esa casa que tenía tantos años que no visitaba, evitando siempre ver el jardín, donde aún estaba ese cuarto acondicionado como taller.

Estaba en la sala sentado, intentando leer un libro, pero un ruido molesto que venía de la cochera que daba a la calle no lo dejaba concentrarse. Era el ruido de unas pequeñas llantas que les urgía aceitarlas, se asomó por la ventana y vio al pequeño hijo de sus vecinos, el niño al verlo le saludo con una gran sonrisa, agitando su pequeña mano mientras con la otra sostenía el manubrio de esa pequeña bicicleta.

Él le devolvió la sonrisa y el saludo, viendo como el niño de nuevo se concentraba en su bicicleta, el cerro la cortina y abrió la puerta. El niño al verlo sonrió de nuevo, él le pidió que se acercara, le pregunto su nombre, le pregunto qué caricaturas le gustaban más, le pregunto si le gustaría jugar en un cuarto de juegos que tenía al final del jardín...

A los pocos minutos iban cruzando el patio, él llevando de la mano al niño, el niño emocionado por llegar a ese lugar secreto del que solo iban a compartir ellos dos. Ese lugar secreto lleno de sorpresas, lleno de promesas. Ese lugar secreto que tenía que guardar como un tesoro. 

Llegaron al cuarto, el abrió la puerto, hizo pasar al niño primero, él pasando después, cerrando la puerta tras de sí, mientras una madre empezaba a preocuparse por su hijo que ya no venía cruzar por la calle. Una madre que empezaba a buscar a su hijo por todas partes, primero con calma, después angustiada. Revisando cada cuarto de su casa, después buscando en la calle, hasta ver tirada la pequeña bicicleta a un lado de una puerta cerrada en un jardín que estaba a un lado de su casa, una casa de la que todos los vecinos sabían la historia que guardaba.

Angustiada brinco la pequeña barda que separaba a las dos propiedades, corrió por el jardín hasta llegar a la puerta, aventándola para entrar al cuarto, en donde vio a su pequeño hijo recostado en una mesa, mientras un hombre maduro que tenía una peluca de colores, con una gran nariz roja… Sentado en el suelo le leía un cuento.








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