Su mente se nubló, quedando su cerebro bloqueado por un apagón mental que
duro un par de minutos, cuando un ataque de furia desmedida sacudió su cuerpo, provocado
por una reclamación sin sentido que encendió la mecha de una dinamita que
estaba acumulando en su alma a través de los años. Cartuchos que iba acumulando
con cada abuzo, con cada insulto, con cada nuevo moretón que aparecía en su
amoreteado cuerpo...
Ese día por la mañana estaba preparando el desayuno, partiendo las papas que
iba a agregar a los huevos que iba a preparar, dándoles el corte exacto como debían
ser cortadas, no más grandes, no más chicas. Mientras el aceite se calentaba en
el sartén para poder cocinarlo en el momento justo, no antes, no después.
Estaba calentando leche para preparar el café, cuidando que no hirviera, justo
antes de hervir debía retirarla de la lumbre, no antes, no después.
Estaba por poner las papas cortadas en el aceite cuando sintió como la
aventaban por la espalda, cayó en el suelo, en medio de una lluvia de papas
perfectamente cortadas. Apenas tuvo tiempo de meter una de sus manos para
evitar que su cara pegara en el suelo, lastimándose el brazo, pegándose en el
codo.
Iba a hacer el intento de levantarse cuando una patada en un costado la
doblo del dolor.
- ¡Se le cayó un botón a la camisa! Levanta tu miserable culo del suelo y cóselo
de inmediato - Le grito su esposo, mientras la levantaba jalándola del cabello.
Ella como pudo se levantó lo antes posible, él la soltó y maldiciendo por lo
inútil de su esposa le dio la espalda, llevando la camisa en una mano.
Eso fue lo último que ella recordaba, ahora ella estaba hincada en el piso,
cosiendo el botón que faltaba a la camisa de su esposo, con unas manos y dedos
firmes, adiestrados por los años de experiencia, con la diferencia de que ahora
estaban manchados de sangre. Ella parecía no darse cuenta, cosía concentrada el
botón, cómo sin notar que estaba manchando toda la camisa con la sangre que escurría
de sus manos.
Terminó de coser el botón, comprobó que estuviera bien sujeto y con una
sonrisa de satisfacción la puso con cuidado de no arrugarla, en la espalda de
su esposo, que tirado estaba a un lado, con un gran cuchillo clavado en su
espalda.
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