Una joven puberta estaba sentada en la mesa de una plaza
comercial, leyendo y mandando textos como la experta que era, en ese ciber
lenguaje tan lleno de códigos, que solo usan y entienden los adolescentes. Se
sonrojaba por los atrevidos mensajes que recibía, pero más, por lo audaz de sus
propias respuestas, aceptando propuestas que iban más allá de su edad; de la
edad de quien las enviaba y de la edad de quien las recibía.
Se escribía con un novio de su edad, con quien llevaba un
par de meses de relación, estaban en lo más profundo y atrevido de su chat
cuando se cayó el Internet. La joven, poniendo una cara de frustración y maldiciendo
por dentro reviso su conexión y se dio cuenta que efectivamente no tenía señal,
no había forma de continuar sus mensajes, bajó su móvil, que aún lo sostenía
con las dos manos, apoyándolo en la mesa y con una mirada de profunda
frustración miro al frente, donde un joven de su edad le devolvía la misma
mirada de frustración, también sosteniendo su teléfono con ambas manos.
Ambos se vieron sin saber que decirse, eran esos mismos novios
que hace un instante se devoraban en textos y que ahora no sabían cómo
reaccionar, sin el poder de la señal en su celular. Solo hicieron lo que
cualquiera de su edad haría en un caso de emergencia como ese… Bajar la mirada,
levantarse de la mesa y cada uno partir por su lado a su casa, para poder
conectarse de nuevo y continuar con esa conversación que no podía terminar así,
a medias.
¡No Señor! Una vulgar falla de la tecnología no era un obstáculo
para una relación que iba más allá de lo terrenal… Y más allá, de lo que
pudiera comprender cualquier mortal, que tuviera más años de edad.
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