Y llego un ángel bajado del cielo, vistiendo una blusa de
tirantes color naranja, con una pequeña falda de mezclilla desteñida, que
dejaba ver unas hermosas piernas doradas por un sol que se deleitaba con ellas
cada mañana. Calzaba unas coquetas sandalias que daban el toque final a esa
bella figura que caminaba como una diosa en esa plaza comercial.
Era bella, muy bella, del tipo exacto del estereotipo banal
que nos inculcaron por años los llamados genios de la moda, quienes solo
mostraban a una talla especifica de mujer, como la única merecedora de portar
sus diseños de temporada.
Era una rara mezcla de raza nórdica con africana. De piel
aperlada, con un cabello negro muy rizado que llevaba suelto. Tenía unos ojos
muy azules que contrastaban con el color de su piel, como si tuvieron una
pequeña carga de gas neón para hacerlos fluorescentes, pero en un muy bajo
voltaje para hacerlos discretos, pero lo suficiente para no pasar desapercibidos.
Su nariz era muy fina, naturalmente respingada, del tipo que hace millonarios a
los cirujanos plásticos especializados en la rinoplastia. Sus labios eran
ligeramente gruesos, sin ser exagerados, solo exquisitamente carnosos,
moldeados perfectamente, retocados con un color rosa muy suave, lo suficiente para
despertar sonrisas en los caballeros que la veían. El rostro era delgado, el
tamaño del lienzo suficiente para reflejar tanta belleza, sin espacios en
blanco que se requirieran rellenar, sin espacios saturados que se tuvieran que
eliminar, solo lo justo para hacerte suspirar.
La vi venir, como flotando en un suelo que no merecía ni
siquiera el ser pisado por ella. Sonriendo de forma coqueta, mostrando unos
dientes perfectos producto de una adolescencia dedicada al martirio de los
brackets, y que ahora cosechaba la pequeña fortuna que pagaron sus padres para
esa hermosa sonrisa.
Yo estaba sentado afuera de un Starbucks, sorbiendo el ocio
en un humeante café negro cuando la vi venir. Desde ese momento todo perdió
sentido para mí, solo el cadencioso andar de ese ángel era todo lo que mis ojos
podían captar, los ruidos se hicieron murmullos, las imágenes se hicieron
borrosas, un marco perfecto para una perfección andando.
Estaba sentado justo enfrente del venir de ella, a un lado
del pasillo, por lo que mi mirar era natural, no volteando, la veía de frente.
Hasta suerte tenia, no tenía que simular nada, con una pose natural me perdía
en esa belleza.
Los metros que nos separaban poco a poco se fueron
terminando, todo pasaba como en cámara lenta, como si un caprichoso destino
hubiera bajado las revoluciones al ritmo de la vida, solo para jactarse de mi
mirada perdida.
Cuando ya estaba a un metro y medio de mí, pasó justo por detrás
de mi esposa que estaba sentada frente a mí. Justo en el momento en que ella
terminaba de leer los textos de su móvil, mis ojos seguían ese caminar y justo
en ese momento, al pasar por detrás de ella, mi mujer levanto la mirada.
-¿Vas a pedir algo más?- Me pregunto mi compañera de varios
años
- No, ya he tenido suficiente por el día de hoy- Le conteste,
con una gran sonrisa en los labios, mientras aspiraba profundamente el suave
aroma del perfume, que emitía un ángel que en ese momento a mi lado pasaba.
Mi mujer me sonrió satisfecha de que estuviera a
gusto, yo le sonreí por el gusto de tenerla a mi lado, satisfecho por lo que tenía;
pero sin dejar de agradecerle al señor destino, el que me permitiera el haberme
pedido por unos instantes... En tanta belleza
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