Estaba en la esquina parada, esperando el colectivo en esa gran avenida, en
una mano llevaba los documentos de su despido, después de quince años de
trabajar en la misma empresa le toco recorte de personal, era madre soltera, con
el pago pendiente de su renta, de la escuela, con su madre enferma de cáncer
esperándola a ella...
En la otra mano traía a su hijo de seis años quien sostenía su pelota
favorita, inquieto como lo dicta su edad, brincando, cantando, jaloneando a su
madre, haciendo de todo para llamar la atención.
¡Ya estate quieto! le grita a su vástago desquitando esa frustración que la
está carcomiendo.
¡Mami, quiero ir al baño! ¿Falta mucho?...
¡Deja de estar fastidiando! Le grita jalándolo violentamente, sin
meditarlo, sin pensarlo, reaccionando como todos los de esta especie que se
desquitan con quien menos la culpa tiene, con los más indefensos, con quien todo
le perdona…
El niño espantado se le queda viendo, asustado por el grito, lastimado en
su pequeño hombro, su boquita empezó a temblar y con un gran sentimiento empezó
a llorar.
La madre lo volteo a ver para solo gritarle de nuevo... ¡Deja de llorar!
que te voy a dar una buena para que tengas en verdad por qué llorar…
El niño al ver su determinación callo, pero sus lágrimas no dejaron de
caer.
Ella se concentró de nuevo en los papeles de despido que traía, por quince
años de entrega total le daban el mínimo de indemnización, ¿Ahora qué voy a
hacer? Sentía que su mundo se le estaba cayendo en pedazos, que su vida perdía
sentido.
El niño de nuevo empezó a estar inquieto, brincaba en el mismo lugar,
giraba en de un lado a otro, se paraba, se agachaba, la mama cansada de los
tirones lo soltó.
Ahora sosteniendo con ambas manos el legajo de hojas que le habían
entregado leyó una vez más lo mil veces ya leído, la carta del Director General
agradeciéndole su fidelidad, la del Jefe de Personal agradeciéndole su empeño,
la de la Auxiliar de Recursos Humanos informándole lo que le tocaba, la relación
de pagos que le correspondía, sentía como una gran amargura se apoderaba de su
cuerpo, sentía como se le acaba el mundo, sentía que su vida ya no tenía
sentido...
Por encima de las hojas alcanzo a ver como una pelota rebotaba hacia la
mitad de la avenida, una pelota igual a la que traía su hijo, absorta estaba en
sus lamentaciones que no reacciono a tiempo, seguía sosteniendo los papeles con
ambas manos viendo por encima de ellos, vio aparecer tras la pelota a una
cabellera pelirroja, toda alborotada, igual que la del niño que tenía a su lado,
vio como riendo la alcanzaba, vio como con un rechinido de llantas un pesado
camión lo arrollaba...
Todo pasó en milésimas de segundo, sus manos soltaron los papeles, sus
piernas perdieron su fuerza, su grito desgarro la calle, su vida... Ahora en
realidad había perdido sentido.
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