Era una tarde de verano, en la esquina de una calle muy
transitada un niño miraba fijamente al cielo, con su carita levantada
completamente hacia el cielo. Los que pasaban a su lado volteaban a ver qué era
lo que el niño veía con tanta fijación, parejas de novios se paraban, algunas
personas mayores detenían su andar, un par de atletas que detuvieron su trotar
vespertino, ejecutivos trajeados no pudieron evitar la curiosidad, estudiantes
que pasaban también se pusieron a escudriñar el cielo.
- ¿Qué es?
- Deben ser la forma de las nubes, mira las figuras curiosas
que están formando
- No, debe ser la reflexión de la luz, ve que bellos colores
se ven entre las nubes
- ¿No es esa ave que vuela majestuosa?
- Debe ser ese avión que dejo su estela de humo
Cada uno de los que se habían detenido para buscar lo que el
niño veía con tanta fijación hacia sus propias teorías de lo que en el cielo veían,
ya se había formado un pequeño grupo alrededor del niño, todos volteando al
cielo, algunos usando sus manos como visores para poder ver mejor, todos
intentando adivinar que era la maravilla que tenía cautiva la atención de ese
niño. El pequeño por su parte, solo escuchaba lo que comentaban los demás viéndolos
de reojo, pero nunca bajando su cara dirigía al cielo.
En eso estaban, cuando llego la madre del niño, a quien tomó con cariño del cabello y le dijo en ese tono de voz, que solo una madre es capaz
de reproducir… - Ya puedes bajar la cara bebe, ya tu nariz ha dejado de sangrar.
El niño, con una gran sonrisa, bajo su rostro, mientras una
muchedumbre de curiosos tomaban de nuevo su camino, comentando cosas sin
sentido, como aparentando que ese momento de estar espulgando el cielo… Nunca
hubiera sucedido.
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