- ¿Me quieres? - Le decía una flor a una abeja que todos los días
la visitaba. - ¿Cómo puedes dudar de mí, si todos los días como de tu miel y beso
cada uno de tus pétalos…? - Le contesto la abeja, a lo que la flor le replicó - Es que siento que solo vienes por interés, solo por estar un
momento conmigo y después has de volar para verte con otras.
- No, yo nunca haría algo así, solo tú eres la única en mi vida…- Le decía la abeja mientras volaba suavemente alrededor de ella, tocando apenas
sus pétalos, lamiendo con pasión el centro de su ser, para sentir como la miel salía
del interior de esa flor, lamiendo
suavemente entre murmullos de placer que daba esa bella flor.
La abeja, después de satisfacerse, se quedaba mucho rato con
esa flor, platicando de todo y de nada, riendo de tonterías, hablando de cosas
muy profundas y terminando con banalidades que solo les sacaban una sonrisa. Después
la abeja se despedía y volaba hacia nuevas flores, a comer de su miel, flores a
las que les repetía las mismas promesas de amor. Una técnica ya muy pulida de
tanto practicarla con cuanta flor se encontraba en su camino, hasta que su sed
quedaba saciada y regresaba a su panal, solo para esperar el nuevo día.
Sus días siempre inician con esa flor, que era una blanca
rosa de castilla, de pétalos perfectos, de
una perfección que solo pueda dar la naturaleza, que solo lo da lo natural.
Ese nuevo día, muy temprano, la abeja voló de nuevo, para dirigirse
a esa bella rosa, cuando llego notó de inmediato que sus pétalos habían perdido
color, ahora estaban perdiendo su color, su lozanía. Ahora se veían opacos,
resecos, en ese momento supo, que su amada moría…
Ya no había miel que la atrajera, voló cerca de ella, llamándola.
La flor, al escuchar a la abeja, le dijo, - Has vuelto, me da mucho gusto verte - La abeja no pudo responder nada, no podía decir palabra, estaba muda ante una
realidad que había visto muchas veces, pero que hasta ese momento le había afectado,
no sabía que pasaba, pero sintió como algo dentro de ella también moría, al ver
como esa hermosa rosa, sus pétalos perdía.
La abeja no pudo alejarse de ella, se quedó junto a la flor,
viendo cómo se marchitaba por completo, como el viento le arrancaba los pétalos
ya secos; la flor ya no le decía nada, hacía tiempo que había dejado de hablar,
de suspirar, de soñar… De vivir.
La abeja, muda veía como desaparecía algo tan perfecto, su
sed de visitar a las otras flores desapareció. Todo para esa abeja murió, cuando
vio caer el ultimo pétalo de lo que fue una rosa perfecta, de lo que pensaba
que era solo una más, de entre todas las flores que visitaba cada mañana. Con
la única diferencia… Que esa era la única flor, con la que realmente hablaba, cuando
estaba acostumbrada a solo hacer, lo que la naturaleza le ordenaba, con cada
flor que por su vida se encontraba.
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