Y la luz se fue extinguiendo, poco a poco, lentamente.
Mientras las sombras se iban acomodando en un piso cada vez más ensombrecido,
sombras que iban peleando su lugar con cada centímetro que iban creciendo,
hasta quedar unas pegadas con otras. Mientras la noche, elegantemente vestida
en su eterno vestido negro, marchaba poco a poco, orgullosa, por esas calles
que pintaban encajes entre su manto, con esas incandescencia provocada por los
miles de candiles que iban despertando, como honrando a tan distinguida
presencia.
A lo lejos, donde el cielo nace para unos y se termina para
otros, se asoma un pálido astro, naciendo poco a poco, como consiente de que
solo unas horas va a estar presente, por lo que no tiene prisa en salir. La
noche lo recibe, abrazándolo con su manto, dándole el fondo necesario para
resaltar el modesto brillar que lo distingue, un astro acompañado de constelaciones,
que como fieles guardianes, siempre están a su lado.
Su lento, pero continuo camino, sirve para despertar Musas
que estaban durmiendo, y que ahora inquietas, han provocado el nacimiento de
cientos de poetas, muchos de ellos solo viven el tiempo que les dura su pena.
La noche sigue, escondiendo pasiones, provocando pecados,
dejando muchas veces, muertes por su paso.
Las horas pasan, y como a todos en su momento nos sucederá,
es tiempo de que la noche se extinga. Se despide de ese astro al que muchos se
refieren como La Luna, pero que para la noche es solo un adorno más, de un
elegante vestido negro, del que tiene la suerte de estrenar uno nuevo... Cada
vez que pensamos que se ha terminado el día.
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